Un latigazo del galés Gareth Bale al ángulo desde más de 30 metros dio luz a un partido gris del Real Madrid ante el Elche, que resolvió a base de individualidades, con el argentino Ángel Di María tirando de su equipo e Isco Alarcón reivindicándose en los pocos minutos que le concede el técnico italiano Carlo Ancelotti.
Con un once formado por jugadores españoles regresó 25 años después el Elche al Santiago Bernabéu. Con la intención de aprovechar que la mente madridista podía desviarse hacia el regreso de la Liga de Campeones, mostrando orden y buen gusto con el balón en los pies pero sin pegada.
El Bernabéu salió del bostezo cuando Di María lanzó carreras en solitario que acababan en disparos o centros, como el que remató desviado Jesé antes de que el aficionado se levantase del asiento para celebrar el inesperado gol de Illarramendi al minuto 34 (1-0).
Ancelotti es poco dado a los cambios. Tarda mucho en hacerlos. Hasta cuando su equipo no carbura. El enfado de su afición pasó al olvido cuando Bale, que tenía tantas ganas de agradar que había mostrado algo de egoísmo en varias acciones, hizo uno de los goles del año de la nada. Controló un balón y soltó un disparo muy potente que entró a la red en el minuto 70 (2-0).
El duelo estaba sentenciado y era el escenario en el que entraba Isco. Era un día para recuperar el protagonismo, con más minutos, pero al malagueño no le importó tener tan solo 17. Marcó con su clase, con control y definición perfecta a la salida del portero, y dejó jugadas de calidad. Con magia lanzó un contragolpe que dejó solo a Morata. El canterano, con ansía de gol, apostó por chutar en el minuto 80 (3-0) antes que por regalar el tanto a Bale con la portería vacía para marcar. Fue el cierre de un partido de transición. Un día en el que el Real Madrid ganó sin Ramos, Modric y Cristiano Ronaldo y dirigido por un gris Xabi Alonso.
La presión es ahora para el Barcelona y el Atlético de Madrid, que deben de ganar para mantener los puestos de honor de la Liga.