Actualmente estoy leyendo un libro titulado Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Fight Global Poverty --que en español se ha traducido como Repensar la pobreza: Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global--, escrito por Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo, ambos profesores de economía en MIT, el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts.
El libro propone un camino diferente para luchar contra la pobreza extrema que afecta a millones alrededor del mundo. Los autores recomiendan no enfocarse en el problema general, sino evaluar cada problema concreto y buscar soluciones posibles y específicas. Son las preguntas pequeñas y esperanzadoras, no las grandes y abrumadoras, las que nos debemos hacer: no buscar una misma receta para acabar con la miseria en el mundo sino atacarla caso por caso.
En cuanto a la erradicación de la pobreza extrema, si es que es posible, todavía estamos en pañales, pero hay algo en el enfoque del libro que me hizo muchísimo sentido.
La pobreza no debe estudiarse como un fenómeno abstracto, unicausal e impersonal. Son personas quienes la sufren. En la literatura y en las teorías sociales, los pobres muchas veces se presentan bajo un ángulo romántico, se les victimiza o se les sataniza, pero la verdad es que son personas comunes y corrientes. Tienen sueños, esperanzas, miedos, frustraciones y racionalidad. No hay que pensar solo en las anécdotas inspiradoras o en las tragedias que de vez en cuando nos inspiran a actuar y hacer algo al respecto. Tenemos que considerar a aquellos que queremos ayudar como las personas merecedoras de dignidad que son.
Muchas políticas públicas diseñadas para aliviar la pobreza se elaboran bajo la óptica de darle a las personas, no lo que ellos quieren o necesitan, sino lo que “los expertos” consideran que necesitan sin siquiera tomarse la molestia de consultar a la población objetivo. Estos “expertos” se basan en premisas falsas y teorías equivocadas derivadas de lo que el libro expone como las tres “i”s: ideología, ignorancia e inercia. Estos tres factores tergiversan la realidad y es por eso que resulta esencial basarse en la “e” de evidencia. Como dicen los autores, si queremos triunfar y progresar, tenemos que dejar de reducir a las personas a personajes caricaturescos y tomarnos el tiempo de conocer y entender sus vidas, con toda la complejidad y riqueza que contienen.
En Guatemala es muy común escuchar que los pobres no son lo suficientemente racionales como para decidir por ellos mismos lo que necesitan, mucho menos lo que necesita el país. Según este libro, esta aseveración no puede estar más equivocada. Precisamente porque tienen recursos extremadamente limitados, estas personas son mucho más racionales que el resto de nosotros para decidir en dónde enfocar esos recursos, sus esfuerzos y esperanzas.
Mi único fin con este artículo es que si les interesa el tema, lean este libro. Es una perspectiva nueva y fresca que, aunque no está diseñada para Guatemala, es muy fácil de adaptar a nuestra realidad y creo que tiene muchísimo que aportar.
A continuación les dejo el link que acompaña al libro en donde encontrarán mucho del trabajo de campo realizado y la evidencia encontrada para fundamentar el argumento. Búsquenlo, se sorprenderán.