"A mi me podrán matar pero ya es imposible hacer callar la voz de la justicia", pronunció monseñor Óscar Arnulfo Romero días antes de ser asesinado en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer en El Salvador, el 24 de marzo 1980.
Romero había dado un discurso para el Ejercito y Policía salvadoreños para que dejarán de matar a sus compatriotas y se negaran a obedecer ordenes inhumanas por parte del gobierno de la época. Durante más de 30 años no hubo procesados por el crimen contra el monseñor, hasta que Mauricio Funes presidente de El Salvador en el año 2,000 aceptó la intervención del Estado en el asesinato.
Monseñor fue un símbolo de los derechos humanos en Latinoamérica, conocido como "la voz de los que no tienen voz", durante sus mensajes en la estación de radio católica en El Salvador, instaba a los gobernantes a ser más humanitarios con los y las salvadoreñas.
Denunció por años la represión militar en su país, y desde que se ordenó como sacerdote en 1942 promovió una campaña humanitaria para defender los derechos de los campesinos y los más pobres del país centroamericano. Su relación con la iglesia y sus superiores tuvo altas y bajas, mientras que unos defendían su ideología socialista, dentro de la Iglesia en El Salvador se encontró con muchos detractores.
Su muerte fue el preámbulo de la guerra civil, que aunque nunca se oficializó, se estima que duró 12 años de 1980 a 1992, en ese conflicto murieron más de 75 mil personas, hubo 12 mil heridos y desaparecieron cerca de 8 mil salvadoreños.
La valentía del Romero por más de tres décadas se ha convertido en un símbolo en El Salvador y en Latinoamérica de lucha contra la extrema derecha y el respeto de los derechos de hombres y mujeres.