En abril de 2013, hace poco más de tres años, tuve la oportunidad de entrevistar a uno de los más renombrados artistas contemporáneos de este país. Benvenuto Chavajay había, en ese entonces, recién concluido con una fase de un proyecto que llama “Descolonización” y se había tatuado la cédula de Doroteo Guamuch en la espalda. “Tiene que ver con sanar heridas abiertas hace tiempo”, me dijo en esa ocasión. “Esta será una marca para toda la vida. La exclusión y el racismo duelen. El tatuaje también. La historia pesa”.
En ese entonces, Chavajay también compartía su intención de proponerle a las autoridades cambiarle nombre al estadio Mateo Flores y restituirle el legítimo. Tres años después el artista no perdió un ápice de su impulso. Ahí estuvo, este martes 9 de agosto, cuando el mundo recuerda a los Pueblos Indígenas, reivindicando esta petición y mostrando su tatuaje en el Congreso de la República.
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La razón de por qué se ladinizó el nombre del deportista guatemalteco, nacido en 1922, se ha perdido en la historia. Que si fue un cronista deportivo estadounidense, narrando la Maratón de Boston de 1952 que el fondista ganó, y no pudo pronunciar ni Doroteo ni Guamuch y se quedó con el segundo apellido del atleta. Que si la decisión fue de un burócrata guatemalteco. No importa. El caso es que el estadio nacional, una importante calzada y escuelas de este país se han llamado como no deberían. Mateo Flores, reafirmó Chavajay en el Congreso, “no existe”.
El Estado de Guatemala le dio la razón. A Chavajay y a muchos otros que apoyaron su propuesta. El Organismo Legislativo aprobó, de urgencia nacional, la iniciativa de ley promovida por Mario Taracena, Presidente del Congreso, en este sentido.
Guamuch falleció hace cinco años, el 11 de agosto de 2011, sin jamás haber reclamado nada ni imaginar, siquiera, que el cambio de nombre sería tema de discusión. Pero lo fue. Y habrá un antes y un después. Es un pequeño paso para combatir el racismo endémico de este país. Cito a mi compañero de cabina, Max Santacruz, quien en más de una ocasión me ha dicho que, en este país, “ladinizamos los triunfos e indigenizamos los fracasos”. Y un ejemplo emblemático de ello es que, hasta ayer, los deportistas guatemaltecos llegarán a entrenar al Mateo Flores. Ya no más. Derrotar al racismo, sin embargo, es una maratón. No nos quedemos solo en el pistolazo de salida.