La última vez que le hablé fue para pedirle que cubriera la crisis de los niños migrantes en los Estados Unidos. Él estaba en Texas y yo no podía pensar en nadie mejor para hacer ese trabajo: alguien que pudiera combinar lucidez política con capacidad empática y talento narrativo.
Me respondió de inmediato que su contrato como corresponsal de Prensa Asociada (AP, por sus siglas en inglés), no se lo permitía. Bromeamos por el chat, porque pese al cariño mutuo y las ganas perennes de trabajar juntos, la oportunidad de colaborar nos seguía eludiendo.
No fue entonces y ya no será: Juan Carlos Llorca, uno de los periodistas más brillantes que haya dado este país en los últimos 20 años, murió ayer, lunes 24 de noviembre de 2014, de un paro cardíaco, uno de esos infartos letales, inclementes, que se llevan de un solo latigazo a los jóvenes como él.
Tenía 40 años.
Un día antes de morir, a las tres de la mañana, Llorca escribió en su muro de Facebook, uno de esos aforismos que se le daban a la perfección:
Ojalá sea cierto. Ojalá Llorca haya podido soltar, en el último momento, todo lo que ataba a la vida: el amor por sus hijos, la pasión por el oficio, el placer por las letras y la música, la angustia que le provocaba Guatemala y el desierto enorme que lo rodeaba en Estados Unidos y lo ayudaba a redimensionarse a sí mismo.
Ojalá haya podido cerrar los ojos en paz, porque aquí no nos resignamos a decirle adiós ahora, con la jodida certeza de que él podía dar tanto más.
El editor de la sección de cultura de elPeriódico, Luis Aceituno, uno de los mentores de Llorca, expresó mejor que cualquiera la frustración que embargó al gremio al conocer la noticia de su muerte. "Llorca, no me hagás esa cabronada por favor!"
Todos nos quedamos con ganas de tomarnos ese café prometido cuando viniera a Guatemala, devolverle uno de esos abrazos que dolían y leer no una, sino muchas más de las magistrales entregas de su blog "My life in Juárez", que reproducía Plaza Pública.
"Loco, troleador, adorable. Y genial", así lo describió la periodista Paola Hurtado, quien trabajó junto a Llorca en elPeriódico, al explicar que sus compañeros habían llorado al conocer la noticia y recordar sus anécdotas.
Llorca fue una presencia intensa en esa Redacción, a donde ingresó en sus tempranos veintes. "Yo lo conocí cuando comenzaba a estudiar periodismo en la Landívar, donde fue uno de mis alumnos sobresalientes", dijo Aceituno. "Un día llegaba con el pelo verde y al otro, con el pelo azul".
Incisivo por naturaleza, Llorca no se cansaba de preguntar hasta obtener una respuesta que lo dejara satisfecho, una destreza que no sólo practicaba con las fuentes sino con el director del medio, Juan Luis Font. "Lo cuestionaba todo. Tenía el don de hacerme perder la paciencia, a mí que cuesta que me enoje", compartió Font, muy afectado por la pérdida.
A Llorca le gustaba retar y que lo retaran de vuelta, que desafiaran su inteligencia. "Como polemista podía ser asesino", puntualizó Aceituno, "pero también podía ser muy tierno, cariñoso. Era un tipo puro, muy genuino".
Hurtado todavía recuerda sus expresiones más ácidas: "feo como chupar dedos de mecánico", "salado como huevos de camaronero", gordas como "galería de morsas".
Afilado para hablar y escribir, sabía dibujar a un personaje en dos líneas certeras y lapidarias, como cuando se encontró al ex presidente Bush en persona. " Lo primero que salta a la vista es lo parecido que es G.W. Bush a las caricaturas que hacen de él. La pancita, la nariz aquilina, los ojitos un poco retraídos. Igual, igual."
Quienes lo conocieron más personalmente, recuerdan lo mucho que los hizo reír con su humor negro.
Yo, que le conocí sobre todo por sus textos, me quedo con su habilidad para encontrar en los detalles de la vida diaria, las grandes preguntas de la condición humana. De forma quizá premonitaria, la soledad y la muerte están muy presentes en sus notas.
Cuando falleció Cerati, Llorca escribió esto sobre su encuentro con Soda Stereo, en la adolescencia:
"Quería, quizá sin saberlo, quizá por el pánico que causa la hoja en blanco en nosotros los que escribimos, llenar cuanto antes la página de lo que iba a ser mi vida. Quería hacer ese surco que es como las rayas de un disco, esa serie de diminutas crestas y valles en la superficie de mi yo, una huella gramofónica que, para quien te conoce y tiene la paciencia de leerla, puede producir la más dulce de las músicas. Eso quería."
Si eso quería, lo consiguió. Las líneas de su blog son ese disco donde Llorca trata de hacer sentido de sí mismo, del mundo, de las sombras de Guatemala, mientras se busca la vida entre el Paso y Ciudad Juárez. La suya es una voz a veces áspera, a veces tierna, que siempre invita a ver más allá de la superficie.
Gracias por compartir, Llorca. Te vas a ver guapo con las rastas de Bob Marley. Un abrazo hasta donde estés.