La libertad de culto es un derecho consagrado por la Revolución Francesa en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, desde 1789. Ya un siglo antes, se había establecido en el Reino Unido, por medio del “Bill of Rights”.
La libertad de consciencia, que abarca tanto las ideas como los asuntos de fe, ha sido uno de los pilares políticos del mundo occidental en los últimos dos siglos.
Aunque con imperfecciones y períodos de tiranía, persecuciones o cerrazón, desde hace 200 años el discurso político dominante en occidente ha sido el de aspirar a la libertad de pensar y profesar la fe que nos dicte nuestra consciencia. La defensa y aplicación de este principio es medular para la forma en que queremos vivir.
Quería traer esto a colación, a propósito de la expulsión de la comunidad Lev Tahor de San Juan La Laguna. Este grupo llegó hace algunos meses al pueblo tzutuhil, huyendo de Canadá, y se asentó a las orillas del Lago de Atitlán.
La semana pasada, el Consejo de Ancianos del lugar les dio un ultimátum para que se retiraran del pueblo. Las razones aducidas por las autoridades locales eran que los extranjeros les discriminaban, que no les saludaban en la calle, que no se amoldaban a las costumbres del pueblo y que realizaban ritos contrarios a la tradición.
No sé si lo dijeron de viva voz o no, pero yo hablé telefónicamente con pobladores del lugar y la indumentaria negra de los extranjeros tampoco ayudó a generar empatía.
La expulsión promulgada por los ancianos de San Juan no tenía un carácter estrictamente legal –no se trata de una orden de tribunales ni de Migración—pero sí era conminatoria y hasta amenazante: les dijeron que si no se iban, “el pueblo se podía levantar”.
Sin demora, las 30 familias de Lev Tahor prefirieron hacer maletas y en un día abandonaron sus casas para mudarse a la capital, donde se alojaron en el barrio de La Terminal.
La convivencia entre culturas siempre es difícil, incluso en metrópolis donde la presencia de personas de diferente origen es común y donde se da por sentado que la multiculturalidad es una regla de vida. Así sucede en ciudades con gran diversidad, como Nueva York o Toronto, donde pese a la confluencia cultural, los conflictos entre grupos étnicos ocurren.
La clave para vivir en paz entre grupos distintos estriba en las normas y leyes utilizadas para dirimir los conflictos de forma justa.
En Canadá, que no es precisamente un país conocido por xenofóbico, la comunidad judía Lev Tahor tuvo problemas para adaptarse a la sociedad. La razón: las leyes canadienses obligan a escolarizar a los niños y darles atención de salud (por ejemplo vacunarlos) y hubo denuncias de que este grupo no seguía las normas.
También se les acusó de promover los matrimonios de menores de edad y otros abusos de ese orden, aunque ahí las denuncias son menos claras.
Los canadienses no corren peligro de convertirse en una sociedad cerrada y sin libertades por haber perseguido en tribunales a algunos miembros de la comunidad Lev Tahor. Por el contrario, al aplicar sus leyes, sólo hicieron valer los principios de su contrato social. Antes que ellos, lo mismo hizo Israel, donde este grupo también enfrentó problemas.
La diferencia en Guatemala es que la expulsión de esta comunidad de San Juan La Laguna, no argumentada ni clarificada apropiadamente, sí sienta un precedente que puede resultar problemático y pone en riesgo las libertades y derechos de todos nosotros. No es correcto expulsar a una comunidad por no saludar en la calle, por vestir de negro o por tener una religión distinta. Sin embargo, tampoco se puede argumentar "libertad de culto" para justificar prácticas inaceptables. Si esas prácticas existen realmente, deben documentarse, probarse y exponerse con seriedad...como hicieron los canadienses.
Más allá de las implicaciones de la decisión de San Juan, tampoco hay que perder de vista que uno de los enormes retos actuales para occidente --donde algunos seguimos creyendo que el derecho natural otorga libertades inalienables al individuo-- es cómo manejar el surgimiento de grupos religiosos fundamentalistas que atacan la esencia política de las repúblicas y democracias liberales.
Para los guatemaltecos, el caso de la comunidad Lev Tahor levanta temas ineludibles como la vigencia de la libertad de culto –para todos, no sólo para algunos--, los límites de la multiculturalidad y el respeto a la ley, en todos los ámbitos.