Fue el martes 6 de octubre, 5 días después de la noche que convertiría a Guatemala en duelo nacional. A las 2:30 de la tarde nos reunimos varias para hacer un voluntariado: puntualmente para ir a distraer a los niños afectados por esta lamentable e injusta pérdida.
Llevamos algunas cosas: pinturas, pintacaritas, rompecabezas, hojas y materiales para manualidades… no llevamos gran cosa, pero sí mucha disposición emocional y espiritual para compartir con aquellos que están en duelo.
Llegamos a Santa Catarina, por un lado, no más lejos de un kilómetro, al fondo, se aprecian las torres de Zona Pradera, uno de los centros de negocios más importantes de la ciudad y varios condominios de vivienda de alto poder adquisitivo de la ciudad. Por el otro lado de mi vista está el parque municipal, la escuela convertida en albergue y un salón en uno de los centro de acopio.
Éramos algunas voluntarias, varias de ellas maestras y tres niños. Hicimos una breve cola para entrar al pueblo. Se ven a lo lejos cadenas humanas pasando bultos y bolsas negras de mano en mano llenas de donativos. En el ambiente se ven rostros con mirada desoladora, otros solidaria. En la puerta del primer albergue al que nos acercamos hay un rótulo escrito a mano -“Hora de visita de 3:00 pm a 6:00 pm”. Tocamos la puerta y el guardia de seguridad a través de la ventana no nos dejó entrar. “Hay otros voluntarios ya adentro”, nos dijo y esperamos.
Una de los niños que nos acompañaba era mi hija. Pensé que era una buena oportunidad para compartir. Mi idea fue ‘niños que regalen su sonrisa y alegría a otros niños’, los niños son más simples que uno, menos prejuiciosos, más descomplicados, entregado, sinceros, sencillos, alegres, divertidos, nobles, puros… Los niños siempre tienen la parte dulce de la vida, la que a nosotros los adultos nos falta en los momentos de crisis. Sí, esos momentos que nuestra golpeada Guatemala ha estado viviendo en los pasados días, meses e incluso, años.
En medio de la espera alguien se nos acerca y nos dice: “En el centro de salud, allá abajo, se necesita más ayuda y apoyo que aquí en los albergues”. A ciegas, sin saber a dónde íbamos, caminamos y pasamos frente a otro centro de acopio repleto de donaciones. "A los chapines nos sobra la hermandad y la solidaridad", pensé yo, a pesar de estar ‘fregados’ siempre tendemos la mano sin importar lo que nos cueste. Mientras seguimos caminando llegamos a un área a la intemperie con muchos toldos con la marca de una telefonía local, muchos oficiales de la PNC, algunos vestidos de la cruz roja, colaboradores de CONRED, otros de la PDH y varios con identificación del RENAP. Aún no sabíamos en qué sector estábamos pero vimos algunos niños y empezamos nuestra labor.
En la medida que entreteníamos algunos niños que no sabían puntualmente qué hacían en el lugar, la escena era algo muy parecido a un puesto de socorro de zona de desastre: colchonetas en el suelo, unas cuantas sillas plásticas bajo los toldos, carpas con un par de mesas, una computadora, listados. Se escuchaba a lo lejos un helicóptero sobrevolando el área mientras los colaboradores de la PDH nos repartían mascarillas. Se sentía un extraño olor en el ambiente y el polvo era bastante. “Pónganselas, no es bueno respirar este aire”, nos dijeron. Repartimos e intentamos repartir a los niños, pero no todos se dejan poner esas cosas.
Dos cosas me impresionaron: a lo lejos la mirada de una mujer con su bebé en brazos que se me acercó y entre mi poca experiencia en pésames y el titubeo por tocar el tema tan difícil, le digo -“Cómo está?” y ella responde “Aquí vamos…”. Luego de cruzar pocas palabras, me contó que no era ella ni su familia la afectada. Ella estaba allí esperando reconocer los cuerpos de varios miembros de una familia muy allegada a la de ella. No vive en la zona, pero por su cercana amistad era quien debía reclamar los cuerpos.
Yo no terminaba de entender en qué área estábamos, cuando de pronto una señora se acerca a llamar a unos de los niños que entreteníamos diciendo: -“Vamos, ya vinieron los cuerpos”. Entré a una de las carpas a buscar más mascarillas y le pregunté a una colaboradora de la PDH “¿Cómo van las cosas?”. Con la mirada más vacía que he visto en un buen tiempo me respondió: -“Digamos que ‘ahí vamos’, dejémoslo así… ‘vamos’”. Sin aliento y sin posibilidad de esperanza, el dolor era evidente. “Allá al lado está la Cruz Roja para atender a los heridos, la morgue, el INACIF y un centro que acaba de montar el RENAP para agilizar el proceso de las defunciones”, me dijo.
La tarde estaba preciosa, el sol radiante, la sonrisa de los niños, todo lo hacía ver diferente, es como un oasis en medio del desierto, como la voz de esperanza en medio de una guerra, el grano de azúcar entre un mar de sal, allí estaban presentes los niños esperando que a sus familias les dieran los listados de los cuerpos que en ese momento entraban, que fueran los que ellos buscaban.
¿Cómo ayudar?, se pregunta todo mundo en esta situación. Yo les diría que más que recursos materiales, la ayuda que falta es la del apoyo moral, emocional y espiritual. Más que ser solidarios, es ser misericordiosos con las personas que están en literal vigilia por encontrar a sus seres queridos para darles santa sepultura. Una palabra de aliento, un consuelo, refugio o un simple abrazo de hermandad es lo que uno necesita para cargar de nuevo el corazón que muchos ahora llevamos en la mano.
Confieso que por un momento estaba fuera de mí, solo observando a mi alrededor lo lleno de contrastes que es nuestro mundo, porque mientras uno esperan por que en algún lugar les sirvan su comida caliente, aquí la gente espera porque el próximo nombre que reporten sea el de sus familiares, algunos que con dificultad logran reconocer.
Este episodio es un momento agriamargo, el sentimiento de impotencia es fuerte. ¿Qué más se puede hacer en un país donde la salud mental es nula? ¿Quién les ofrecerá apoyo, consuelo, duelo y ánimo a todas estas familias que van y vienen a diario hasta ser llamados?. En Guatemala ni las personas que han tenido acceso a la educación superior saben que existe la “tanatología” y que en situaciones como esta urge ponerla en práctica.
Guatemala, me das el aire que respiro todos los días y a la vez me robas el alma.
Dieron las cinco de la tarde y los colaboradores de la PDH nos pidieron que avisáramos a las familias que los niños no pueden permanecer en el área luego de las seis. Recogimos nuestras cosas, satisfechas de haber visto a los niños sonreír, entretenerse, llevarles un dibujo a sus familias…
Camino a la salida vi a dos Topos Azteca y me dio gusto ver la ilusión con que la gente se les acercaba a pedirles fotos de recuerdo. Creo que en esta etapa nos aferramos a todo lo que nos de algo de esperanza, desde los Topos hasta nuestro Poder Superior, la gente quiere milagros.
Hoy estoy aquí, contándoles cómo fue, para que ustedes también se animen y se unan, porque la ayuda emocional es necesaria y lo será por largo tiempo.