Este año, después de mucho tiempo, volvimos a Atitlán en Semana Santa.
Regresar a los escenarios de la infancia suele ser una experiencia cargada de nostalgia, aunque esta vez, haya incluido algunas estridencias, cortesía de nuestra delirante vida pública y la irresponsabilidad de nuestros dirigentes políticos, municipales y nacionales.
Ante todo, ahí está el nudo vehicular de Chimaltenango. Ingenua de mí, pensé que el paso por esa ciudad debería haber mejorado gracias a la construcción del puente que tanto publicitaron el presidente Otto Pérez Molina y su delfín, el ex ministro de Comunicaciones, Alejandro Sinibaldi.
¡Qué va! Atravesar Chimaltenango, como ya me lo habían advertido amigos y colegas, sigue siendo un tormento: una condena ineludible, una prueba a la paciencia.
El área problemática para el tráfico no debe superar unos ocho kilómetros, pero puede atrasar el viaje una hora, con suerte, y más de dos cuando se arma el pandemónium.
Los embotellamientos en ese lugar ya no son un daño colateral de los feriados: se han convertido en la norma cotidiana.
Yo no sé si los encargados de administrar el departamento de Chimaltenango se dan cuenta del daño que ocasionan a la economía del altiplano occidental.
Se ha repetido hasta el cansancio que para ser competitivo, el país debe contar con carreteras donde sea posible movilizarse a un promedio de 65 kilómetros por hora. Se han invertido cantidades estúpidas de millones en mejorar la infraestructura vial, pero el desorden en un pinche tramo de menos de 10 kilómetros, arruina el tráfico hacia los importantes destinos turísticos y mercados del Occidente del país.
¿Cuándo vamos a ponernos serios para arreglar ese embudo maligno de vehículos y camionetas? ¿Qué pasó con la idea de rodear esa ciudad con un periférico? Mientas tanto, San Lucas ya va en el mismo camino, gracias a los centros comerciales sin paso a desnivel que permitieron construir a la orilla de la Carretera.
Y como estamos hablando de las carreteras, imposible obviar la cantidad de propaganda política que está insolentemente desplegada en postes, piedras y cercos a lo largo del camino.
No conté los anuncios pero sin miedo a equivocarme puedo afirmar que el partido Lider tiene pintada de rojo la ruta hacia Sololá, Panajachel y los pueblos alrededor del Lago. Qué bárbaros: se han ensañado hasta con los peñascos que ahora se ven colorados.
Los del Partido Patriota no se quedan atrás: si el pulgar de Lider aparece estampado por doquier, el puño cerrado de los naranjas también está presente. Los logos verdes de la Unidad Nacional de la Esperanza, UNE, menos numerosos, también asoman en algunos recodos del camino.
Tan así que en medio del atasco de Chimaltenango también había “estaciones” con bailarinas, donde las chicas regalaban agua, pulseras y hasta pelotitas de plástico con logos políticos, provocando todavía más atrasos en el flujo de vehículos.
El colmo de esta Semana Santa fueron las fotos que circularon en redes sociales de alfombras de serrín con logos políticos, aunque hasta el momento haya sido imposible determinar si se trató de montajes o si en realidad existe gente tan “culebra”, capaz de colocar propaganda política en un paso procesional.
Como sea, los partidos se la están jugando con ese constante y burdo desafío al Tribunal Supremo Electoral. La campaña política debe empezar con la convocatoria a elecciones, no antes.
Todo lo que se ha hecho anticipadamente es un golpe a la ley y una falta de respeto a los ciudadanos, que saben perfectamente que los financiamientos millonarios de la propaganda política se pagan luego en contratos sobrevalorados y otras modalidades de saqueo al tesoro público.
